Comentario
Cómo se apoderó Cortés de Tezcuco
El día de los inocentes partió Cortés de Tlaxcallan con sus españoles muy en orden. La salida fue digna de ver, porque salieron con él más de ochenta mil hombres, y la mayoría de ellos con armas y plumajes, que daban gran lustre al ejército; pero él no quiso llevarlos consigo todos, sino que esperasen hasta que fuesen hechos los bergantines y estar cercado México, y aun también por causa de las provisiones, pues tenía por dificultoso mantener tanta muchedumbre de gente por el camino y en tierra de enemigos. Todavía llevó veinte mil de ellos, más los que fueron menester para arrastrar la artillería y para llevar la comida y fardaje, y aquella noche fue a dormir a Tezmoluca, que está a seis leguas, y es lugar de Huexocinco, donde los señores de aquella provincia le acogieron muy bien. Al otro día durmió a cuatro leguas de allí, en tierra de México, y en una sierra que, si no fuera por la mucha leña, perecieran de frío los indios; y aun con ella, pasaron trabajo ellos y los españoles. En siendo de día comenzó a subir el puerto, y envió delante cuatro peones y cuatro de a caballo a descubrir, los cuales hallaron el camino lleno de árboles recién cortados y atravesados. Mas pensando que más adelante no estaría así, y por llevar buena relación anduvieron hasta que no pudieron pasar, y volvieron a decir cómo estaba el camino, cortado con muchos y gruesos pinos, cipreses y otros árboles, y que de ninguna manera podrían pasar los caballos por él. Cortés les preguntó si habían visto gente, y cuando dijeron que no, se adelantó con todos los de a caballo y con algunos españoles de a pie, y mandó a los demás que con todo el ejército y artillería caminasen de prisa, y que le siguiesen mil indios, con los cuales comenzó a quitar los árboles del camino; y como iban llegando los demás, iban apartando las ramas y troncos; y así, limpiaron y desembarazaron el camino, y pasó la artillería y caballos sin peligro ni daño, aunque con trabajo de todos, y ciertamente si los enemigos hubiesen estado allí no hubiesen pasado, y si pasaran, fuera con mucha pérdida de gente y caballos, por ser aquello fragoso, de muy espeso monte. Mas ellos, pensando que no iría por aquella parte nuestro ejército, se contentaron con cegar el camino y se pusieron en otros pasos más llanos, pues hay tres caminos para ir de Tlaxcallan a México, y Cortés escogió el más áspero, pensando lo que fue, o porque alguien le avisó de que los enemigos no estaban en él. En pasando aquel mal paso, descubrieron las lagunas y dieron gracias a Dios, prometiendo no volver atrás sin ganar primero a México o perder las vidas. Se detuvieron un rato para que todos fuesen juntos al bajar a lo llano y raso, porque ya los enemigos hacían muchas ahumadas, y comenzaban a darles gritos y llamar a toda la tierra, y habían llamado a los que guardaban los otros caminos, y querían cogerlos entre unos puentes que hay por allí; y así, se puso en ellos un buen escuadrón; mas Cortés les echó veinte de a caballo, que los alancearon y rompieron. Llegaron luego los demás españoles, y mataron algunos, desalojando el camino, y sin recibir daño llegaron a Cuahutepec, que es jurisdicción de Tezcuco, donde durmieron aquella noche. En el lugar no había nadie, pero cerca de él había más de cien mil hombres de guerra, y aun más, los de Culúa, que enviaban los señores de México y Tezcuco contra los nuestros; por lo cual Cortés hizo ronda y vela el primero con diez de a caballo. Avisó a su gente y estuvo alerta; pero los contrarios se estuvieron quietos. Al otro día por la mañana salió de allí para Tezcuco, que está a tres leguas, y no anduvo mucho cuando vinieron a él cuatro indios del pueblo, hombres principales, con una banderilla en una barra de oro de hasta cuatro marcos, que es señal de paz, y le dijeron que Coacnacoyoccín, su señor, los enviaba a rogarle que no hiciesen daño a su tierra, y a ofrecérsele, y a que se fuese con todo su ejército a aposentarse en la ciudad, que allí sería muy bien hospedado. Cortés se alegró de la embajada, aunque le pareció fingida. Saludó a uno de ellos, que lo conocía, y les respondió que no venía para hacer mal, sino bien, y que él recibiría y tendría por amigo al señor y a todos ellos con tal de que le devolviesen lo que habían cogido a cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas que mataron hacía días, y que las muertes, puesto que no tenían remedio, las perdonaba. Ellos dijeron que Moctezuma los había mandado matar, y se había quedado con el despojo, y que la ciudad no era culpable de aquello; y con esto se volvieron. Cortés se fue a Cuahutichan y Huaxuta, que son como arrabales de Tezcuco, donde fueron él y todos los suyos bien provistos. Derribó los ídolos; se fue luego a la ciudad, y entró en unas grandes casas, donde cupieron todos los españoles y muchos de sus amigos; y como al entrar no había visto mujeres ni muchachos, sospechó de traición. Se preparó, y, mandó pregonar que nadie, bajo pena de la vida, saliese fuera. Comenzaron los españoles a repartir y preparar sus aposentos, y por la tarde subieron algunos de ellos a las azoteas a mirar la ciudad, que es tan grande como México, y vieron cómo la abandonaban los vecinos y se iban con sus hatos, unos camino de los montes, y otros por agua, que era cosa muy digna de ver el bullicio de veinte mil o más barquillas que andaban sacando gente y ropa. Quiso Cortés impedirlo; pero sobrevino la noche y no pudo, y hasta hubiese querido prender al señor, mas él fue el primero que se marchó a México. Cortés, entonces, llamó a muchos de Tezcuco, y les dijo que don Fernando era hijo de Nezaualpilcintli, su amado señor, y que le hacía su rey, pues Coanacoyoccín estaba con los enemigos, y había matado malamente a Cucuzca, su hermano y señor, por codicia de reinar y a persuasión de Cuahutimoccín, enemigo mortal de los españoles. Los de Tezcuco comenzaron a venir a ver a su nuevo señor y a poblar la ciudad, y en breve estuvo tan poblada como antes; y como no recibían daño de los españoles, servían en cuanto les era mandado; y el tal don Fernando fue siempre amigo de los españoles. Aprendió nuestra legua; tomó aquel nombre por Cortés, que fue su padrino de pila. De allí a pocos días vinieron los de Cuahutichan, Huaxuta y Autenco a darse, pidiendo perdón si en algo habían errado. Cortés los recibió, perdonó y acabó con ellos que se volviesen a sus casas con hijos, mujeres y haciendas, pues también ellos se habían ido a la sierra y a México. Cuahutimoc, Coanacoyo y los demás señores de Culúa enviaron a reñir y reprender a estos tres pueblos porque se habían dado a los cristianos. Ellos prendieron y trajeron los mensajeros a Cortés, y él se informó por ellos de las cosas de México, y los envió a rogar a sus señores con la paz y amistad; mas poco le aprovechó, pues estaban muy decididos a la guerra. Anduvieron entonces algunos amigos de Diego Velázquez amotinando a la gente para volverse a Cuba y deshacer a Cortés. Él lo supo, los prendió y tomó sus dichos. Por la confesión que hicieron condenó a muerte a Antonio de Villasaña, natural de Zamora, por amotinador, y ejecutó la sentencia. Con lo cual cesó el castigo y el motín.